Desde la remotísima agua emergemos: en los sueños aparecen mares, que se retuercen y giran en el malva de la tarde o del hogar que anhelamos, poblados por anémonas, fijas en su prisión blanda y retráctil , pegasos sin alas de crines dóciles a la dirección del viento y plantas de colores imposibles que tiemblan mudas en este cielo invertido.
Mares cobijando el tumultuoso regimiento de la elegancia exquisita y sutil de los peces: eterno retorno de lo mismo y lo distinto.
Peces, peces: estrellas titilando en este cielo de agua; peces, peces: incontables hojas flotando en lo celeste; ágiles manos sobre la melodia del abandono; transparentes cuerpos danzando en líquido amniótico; peces como almáciga de pájaros mudos en la tarde; relámpagos entre algas agitando su desesperación verde; peces, antorchas de peregrinos, globos, puñales, agujas, semillas, en la felicidad de su inconsciencia: ¡peces, que habitáis los sueños imposibles donde anémonas, algas y corales duermen, llavadme allí donde el fulgor del origen permanece!