Chica iba delante, olfateando inocentes pájaros o gazapos que, torpes, estrenaban su independencia. De vez en cuando, asegurándose de que todo seguía en orden y que la acompanábamos en su gozo, se paraba, volvía la cabeza, y continuaba con su trotecillo ligero e ingrávido sobre la hierba, aún húmeda de estrellas caídas desde el alto cielo.
En las grandes orejas de Congo, siempre a mi lado, susceptibilidad de perro abandonado, se iban depositando pétalos de flores y la molesta espiga de la avena morisca, cosa que él aceptaba con la indiferencia de un hábito.
Llegábamos hasta estos árboles, parábamos y emprendíamos el camino de regreso.
Fue de cuando tuve perros y aún quedaba lejos el horror de perderlos.
Enhorabuena Florencio por tu trabajo.
ResponderEliminarGracias por regalarnos el espectáculo de la obra, que se hace más especial al conocer que ese camino y que esa arboleda fueron lugares significativos para ti.